lunes, 15 de febrero de 2010

El silencio y la heladera.

La situación es desigual.
Nada se puede comparar con el estado actual de las cosas.
Nada es una palabra con relieve: demasiada palabra para significar vacío.
El silencio que me zumba mientras hago un reporte de lectura (variable que determina estos días de mi vida) se interrumpe.
La interrupción es coherente con la situación desigual en la que me encuentro.
Cada menos de lo que uno está acostumbrado, frecuencia despareja pero "parejamente molestante", lapsos de ella o lapsus mío: la heladera, el motor viejo puesto en 1 porque dijeron que así daba menos vueltas y ni pensar lo que será en 10. La heladera que es un recital de Rata Blanca en un departamento sin muebles. Hace eco y se responde con su mismo canto.
El mate a deshora. El silencio que no está. Las lecturas que te sepultan y son todas de étereas fotocopias.
La heladera. Su eco.

Qué ganas de escuchar un recital en carne y hueso.

viernes, 5 de febrero de 2010

OBLIGACIÓN

Tengo que acordarme de escribir una crónica de ese container. Lo que aparece ahí y luego se quita. Lo que encontramos y sobre la mano impercebptible que tira un escritorio o de las dos señoras que tiran flores muertas, al mismo día, casi a la misma hora.
Tengo que recordarlo, pero solo la escritura. Me doy cuenta que de él no me puedo olvidar. Está ahí: todo con lo bueno que su boca tiene y lo malo. Lo espio desde la ventana. O lo miro y me pellizco para no darme cuenta que realmente es real.
Tengo que dejar de mirarlo, pero también quisiera entenderlo.
Se ven las manos que te escarban el vientre, las infinitas manos y palos que te escarban. Se ven los que te sacan pero nunca los que te dan. ¿Por qué la generosidad ajena no es detectable?
Tengo que acordarme de escribir sobre ese container porque ya nunca podré olvidarlo.