viernes, 13 de noviembre de 2009

Redondeando-me.

Tomando un helado con T. descubrí que lo que me faltaba, en realidad, no era un destino (físico, donde dejar las valijas) sino un destinatario (imaginario, o no, donde dejar las palabras).

Repense las últimas escrituras. Todas dirigidas hacía C.
¿Escribirle a él? No, no siempre es necesario hacer lo privado público.

¿Escribirme a mí misma? ¿A todos? ¿A algunos sí? ¿A algunos no?

Es quizá el dilema mayor: lograr encausar hacia algún lado el borbotón de palabras constantes que se escapan de mis dedos, de mis lápiceras, de mí.

Pido ayuda, las desparramo, ajenas. Si no, las palabras me sepultan. Me revuelven. Me asustan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario